Reflexionando sobre qué
discos han supuesto un mayor impacto en mi vida como creador, me doy cuenta de
hasta qué punto soy un hijo artístico de la música de los noventa, así como de
cuánto nos marca la música que descubrimos durante nuestra adolescencia. A
falta de un criterio mejor, los presento ordenados cronológicamente.
Peer Gynt (Edvard Grieg, 1875)
Absolutamente romántica y
moderna, esta obra se articula a través de una colección de cancioncillas folklóricas
en las que me gusta ver las semillas de todo lo que más tarde me sedujo del Black Metal: fuerte carga espiritual, angustia
existencialista, una nueva estética basada en la nostalgia del paganismo
bucólico y vernáculo, y una paleta de colores con la que expresar toda la
melancolía escandinava que ha sido y será. Pero con mucho menos ruido.
Little Eartquakes (Tori
Amos, 1992)
No hace demasiado, Tori
realizó unas declaraciones más bien controvertidas en las que retaba a
cualquier banda de Metal del mundo a vencerla en un duelo que midiera la
capacidad de emocionar en directo. Nunca he tenido el placer de asistir a un
concierto suyo, pero apostaría hasta mi último céntimo por ella sin dudarlo ni
un momento. En su álbum debut - así como a lo largo de toda su carrera - sólo
hay canciones mayúsculas, que demuestran que para escribir buena música sólo
hacen falta tu instrumento favorito y una buena historia que contar.
The Downward Spiral (Nine Inch Nails, 1994)
Trent Reznor sigue dando
mucho de qué hablar a día de hoy pero, aunque soy un gran admirador de toda su trayectoria,
dudo que nunca llegue a volver producir algo con la mala leche y el potencial
corruptor de su ópera magna. Toneladas de ruido pasivo-agresivo, melodías
auto-destructivas y riffs con tendencias suicidas conforman uno de los álbumes
más maléficos y visionarios de la historia de la música moderna, y uno que
nunca pasará de moda.
Involution Toward
Chtonian Depths (Asmorod, 1997)
Una rareza dentro del
género, denostado incluso por la propia banda, para mí este disco tendrá
siempre la enorme carga sentimental de haberme abierto en su momento las
puertas de un mundo hasta entonces desconocido para mí y que hasta la fecha
sigue nutriendo abundantemente mi discoteca: el Dark Ambient y sus derivados. Una oscura inmersión en las densas
aguas del Drone, la vertiente más
inquietante de la música neoclásica y los paisajes cósmicos de inspiración
lovecraftiana.
Mezzanine (Massive Attack, 1998)
Aunque mi pasión por la música
electrónica es relativamente reciente, ésta empezó a brotar sin ninguna duda a
través de mi choque con álbumes como éste. Un clásico intemporal, de producción
exquisita y modernidad apabullante, al que no le falta ni le sobra ni una sola
nota y que retrata con la máxima sofisticación el bello y oscuro espíritu de
los tiempos que corren, a través del uso impecable de bajos narcóticos y brumas
sintéticas, confesiones sensuales a la luz de neón de algún sórdido club
urbano. Más elegante, imposible.
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